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Columnista
De eventos cataclísmicos también nacen cambios positivos. Después de todo, Sir Isaac Newton formuló su teoría de la gravedad durante el brote de la peste negra que plagó a Londres en el siglo XVII. En 1918, otro tipo de pandemia infectó el mundo, llevando a su vez, revoluciones que cambiarían nuestra sociedad como la conocíamos.
La enfermedad tuvo su origen en Estados Unidos el 4 de marzo de 1918 en una base militar donde se preparaban soldados para la Primera Guerra Mundial. Fue así como las tropas llevaría la enfermedad a Europa, en donde se censuró la difusión de información sobre la emergencia sanitaria para no perturbar el curso del conflicto. España, que era para aquel entonces neutral a la Guerra, le dio amplia cobertura a este fenómeno, por lo que ahora se asocia a la enfermedad con el país y se le llama “gripe española”.
Independientemente de dónde se haya originado, la enfermedad tuvo un alcance global gracias a las precarias condiciones en las que vivían las tropas que participaban en la Guerra y a la diseminación en cada país en donde era introducida. Estados Unidos fue dramáticamente afectado por la pandemia, la cual afectó desproporcionadamente a más hombres que mujeres, por un lado debido a la exposición que los soldados tenían y, por otro, por razones que todavía no están muy claras. Fue bajo estas condiciones y en ese momento, donde algo positivo ganaríamos como sociedad que perdura e influyó drásticamente nuestras vidas hasta el día de hoy.
Al país azotado por la enfermedad se le vino abajo la economía, negocios cerraron, trabajos se perdieron, las medidas de confinamiento social que hoy nos parecen similares paralizaron la producción nacional, y a esto había que sumarle la cantidad de capital humano que se perdió a causa de la elevada mortalidad de la plaga.
En este dantesco contexto, las mujeres se convirtieron en las protagonistas del movimiento que ayudó a restaurar la fuerza económica del país. Y es que en un escenario en donde los hombres eran reclutados al ejército, fallecían a causa de la enfermedad o no salían de sus casas por miedo a contraerla, ¿quién más quedaba para tomar las riendas?
Quienes antes habían estado relegadas a un segundo plano pasaron a ser las operadoras de primera línea de producción del país, haciendo que la sociedad sufra una convulsión que permitió derrotar prejuicios que impedían a las mujeres realizar distintos trabajos porque “no eran capaces” o “era cosa de hombres”.
No, en un mundo devastado por una pandemia, reconstruirlo fue cosa de mujeres.
A partir de eso, las mujeres comenzaron a tomar posiciones de trabajo fuera del hogar e incluso accedieron a cargos de los cuales habían sido vetadas, como en manufactura y la industria textil. Ocupando entonces una parte importante de las posiciones laborales que tradicionalmente habían sido ocupadas por hombres, logró que las mujeres comenzaran a exigir remuneración igualitaria por su trabajo. Este paso inmenso las llevó después a ocupar posiciones de liderazgo en gremios labores e incluso instituciones públicas, acelerando un cambio positivo para la sociedad: una mujer fue escogida por primera vez como gobernadora de un estado en Estados Unidos además de la aprobación de la decimonovena enmienda a la Constitución que le otorgaba a las mujeres el derecho al sufragio.
Sin duda alguna, el alcance de esta gran meta repercutió en la posición de las mujeres en escala global; en el Reino Unido se aprobó la capacidad electoral de las mujeres para ser miembros del Parlamento ese mismo año, y para 1920 eran muchos los países que habían reformado sus leyes para darle a las mujeres acceso al aparato público. Los inmensos logros de estas mujeres fijaron el camino para que en las décadas siguientes la mayoría de los países del mundo adoptaran reformas similares
Los escenarios que pintamos para esta época de nuestra historia son unos de los más terribles que la humanidad ha experimentado; la Primera Guerra Mundial (o Gran Guerra, como se le conoce) y la pandemia de 1918, que se convirtió en el desastre más mortal desde la peste negra. Sin embargo, a partir de esta durísima prueba, la sociedad se transformó y evolucionó.
Tal y como en 1918, la sociedad global hoy enfrenta una emergencia sanitaria que está conmocionando a Estados, sociedades, sector privado y a individuos por igual. Sin ser tan dramática en mortalidad como la pandemia de 1918, la pandemia actual generada por el nuevo coronavirus nos presenta desafíos muy similares a los enfrentados en el pasado, y a partir de ellos oportunidades también. En este momento que tenemos que repensar nuestra forma de hacer negocios, nuestro trabajo e incluso nuestra vida social, deberíamos plantearnos qué lecciones podemos aprender de nuestro nuevo paradigma, qué costumbres podemos reformar y cómo vamos a reconstruir nuestra cotidianidad cuando volvamos a nuestras vidas.
¿Qué cambios deberán hacerse a la gobernanza mundial en materia de salud? ¿Cómo deberíamos crecer como sociedad para estar mejor preparados en el futuro para eventos similares? ¿Qué servicios nos son realmente indispensables para funcionar, y cómo deberíamos protegerlos? Son preguntas a considerar en las semanas y meses próximos, pero quizá la más importante sea; ¿cómo me adaptaré a los cambios que estoy viviendo y de qué forma cambiará mi impacto en mi comunidad?
Todavía tenemos lecciones que aprender de las pioneras de 1918.
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